10 de febrero de 2013

Un final



Puedes caminar toda una vida tras un final, pero, a veces, el final sencillamente te encuentra a ti. Cuando eso ocurre, lo mejor que puedes hacer es aprovechar el imprevisto, sonreír y disfrutar con la melodía de la escasa importancia.

Este rincón se apaga aquí. 


Y, entre humo de velas a medio consumir, os agradezco la compañía, maestros silenciosos. Han sido cinco años de intenso placer. Gracias y hasta otra.




28 de diciembre de 2012

Motores de repetición

Cuando deslizas tu atención desde tu ombligo a lo que te rodea, te conviertes en algo que nace para mantenerse lejos de ti. Es complicado no caer en la nostalgia y devolver las cosas a su inicio, convencido de que no hay hogar lejos del calor de nuestra comodidad.  Siempre había disfrutado de estos viajes químicos sin garantía de retorno, pero últimamente algo está pasando y los mecanismos de la diversión se me han averiado. No me preocupo porque todo procede del cambio y sólo la mentira dura para siempre; pero no puedo evitar inquietarme por esa sensación de soledad que acude donde antes habitaba el estruendo de las hadas del azar.

Debe ser algo relacionado con el paso del tiempo, mal cosido a una edad que no avanza de forma lógica; debe ser algo que tiene que ver conmigo, pero cada día se me hace más difícil descifrar las coordenadas que significan pertenecer a un lugar; cuanto más me esfuerzo por encajar, más se estrecha mi espacio, más se complica la combinación ganadora. Y nadie tiene la culpa; a menos que ese nadie sea precisamente yo.

Aquella avería algo tendrá que ver con que nuestras historias son cada vez más nuestras y menos historias; antes crecían cuando saltaban de mano en mano, como tesoros de cristal que podían partirse en mil pedazos, bajo la atenta mirada de quien recogía el testigo, muchas veces inútil y medio roto, pero inmenso en su momento.


Sin embargo, me cuesta girarme hacia el pasado con nostalgia porque es algo que no puede cambiar, algo que se puede entender. Prefiero perder horas viendo cómo se suceden las cosas para estar presente cuando se produzca la magia; porque siempre ocurre una canción, un momento en la pantalla, un paraíso entre dos versos… siempre pasa algo. El problema es que se nos agotan las personas atentas a lo fabuloso, porque la fábula exige todo de ti; sólo así evita hacerse pedazos mientras pestañeamos.

Pierdes un instante en escuchar a la clase política de este país, deslizas tu parsimonia letal  sobre la programación de la televisión, te meces en el último local de moda o te espabilas para convertirte en motivo de conversación. Da igual lo que decidas hacer, porque alguien lo habrá hecho antes que tú y alguien volverá a hacerlo cuando tú acabes. Somos piezas martilleantes de un teatro aburrido y previsible del que todos somos protagonistas.

Y es curiosa la reacción que reservamos al que se aparta del diseño, al que amenaza con imaginar algo distinto; el sarcasmo es el lubricante que hace funcionar la maquinaria. Ridiculizamos al soñador y olvidamos que nosotros mismos dejamos de soñar en algún
momento; y la perspectiva es triste porque ni decidimos dejar de hacerlo. Ahora preferimos juzgar, desde la seguridad de ser todos iguales. 

Escuchaba el intenso discurso que Barack Obama dio después de la matanza de Newton; en él dijo algo que me gustó mucho: “no podemos aceptar que estos hechos se conviertan en una rutina; como país podemos hacerlo mucho mejor”. Estaba hablando de la posesión de armas y cómo se está desangrando la felicidad de su país. Por supuesto, es un tema intocable para la nación, pero decidió pronunciar las palabras adecuadas en el momento necesario. Desconozco si conseguirá cambiar algo, pero no calló; y eso es mucho, sobre todo si lo comparas con nuestra patética raza política.

Serán muchos los que dirán que de poco sirvió, más los que le acusarán de lamentarse con lágrimas populistas; serán muchos los que le acusarán de demagogia. Pero también somos muchos los que no hacemos nada, sólo hablamos (o escribimos), protegidos por la tranquilidad de nunca tener que arriesgarnos. Es muy fácil mirar sin ser visto; casi tanto como opinar.


Nos olvidamos del poder de las fuerzas evidentes; tenemos que empezar a incomodarnos. Deberíamos automedicarnos con dosis adictivas de provocación porque en ella late el cambio, con ella nace la implicación en un tiempo que necesita de nuestra ayuda para comprenderse a sí mismo. 

Estaba pensando en el próximo año y no sabía que desear, hasta que vi esa obra tan desesperada y destartalada que es Holy Motors, irónico reflejo alucinado de lo imposible que es ser diferente cuando nos resistimos a imaginar. 


El lamento es el primer error del camino, así que he decidido unirme a estos desastrosos trobadores de melodías profanas. La vamos a liar. Trois, douze… merde !!!

27 de noviembre de 2012

La nostalgia del monstruo

Si un día decidiéramos olvidar lo que todavía no podemos recordar, se esfumaría también el camino de vuelta a casa, porque los caminos, y la casas, sólo lo son cuando que han sucedido; y ocurrieron porque el tiempo necesitó en algún momento que estuvieran allí, para explicar un millón de casualidades, ocurrencias habladas en idiomas imposibles, historias que no necesitan tenernos en cuenta.

Nos gusta soñar que somos mundos a punto de suceder pero sólo somos fruto del azar. Somos lo que el viento decide no olvidar.

Resulta fascinante pensar en todo este desajuste de relojes locos. El destino nunca existió; un brillante ausente, infectado por la misma broma cósmica que las religiones, fallecido mientras intentaba volver a explicarse.

Y nos asombramos cuando los posos del café no devuelven nada, pero sólo merece estar escrito lo que puede borrarse. Y allí, huérfanos de dioses y argumentos, nos preguntamos qué va a ser de nosotros, como si de golpe hubiéramos dejado de contar; pero no es así. Quizás seamos culpables de todo, pero también los únicos héroes que quedan con vida.

Precisamente en estos pantanos habita Looper, virguería plagada por aquellos héroes devorados por el tiempo, arrojados contra un pasado que todavía no ha sucedido. Los loopers ejecutan a gente enviada desde un futuro donde el asesinato ha sido prohibido. Se trata de una profesión salvaje en un mundo que no lo es menos, pero todo tiene su retorno.

Estos asesinos a suelo tienen una fecha de caducidad que no significa su muerte, sino la constancia de que llegará un final ya aceptado. Cuando llega el momento, ellos mismos son enviados desde el futuro para que su propio “yo” más joven acabe con su vida, cerrando el ciclo de un encargo sin trampas.

Joe, encarnado por Bruce Willis, es uno de esos loopers; vuelve al presente con la intención de cambiar un futuro que se niega a aceptar. La relación entre este enviado desesperado y su joven némesis asesina, interpretada por Joseph Gordon-Levitt , ocupa la primera parte de la película y contiene algunos de los mejores momentos del cine fantástico de los últimos años.

Pero lo realmente interesante sucede cuando la trama gira totalmente sus intenciones, reduce su ritmo y se centra en la triste historia de un niño llamado a ser algo que supera lo imaginable y que concentra la ira del personaje de Willis, convencido de que, matando a esa extraña exageración del sistema, cambiará cuanto tiene que suceder.

Inconscientes de la tragedia de su propio futuro, los dos Joe se enfrentan por la vida de ese niño, apareciendo de nuevo el conflicto entre dos tiempos, entre dos formas de vida que nunca llegarán a entenderse; y así se cierra el último círculo en una película construida sobre intensas idas y venidas alrededor de la idea de evitar lo que no quiere ser cambiado.

Rian Johnson consigue crear una obra mucho más profunda de lo que aparenta, jugando con lugares comunes de la ciencia ficción pero construyendo una reflexión ejemplar sobre nuestra influencia en el nacimiento de los monstruos. Aconsejable como pieza de entretenimiento perfecta, pero imprescindible por su necesidad de ser diferente.